
Fue uno de los personajes más enigmáticos del barroco y, desde luego, una "rara avis" del Racionalismo. Baruch Spinoza (o Espinosa, o Espinoza) era un "marrano" (es decir, judío converso) holandés de origen ibérico, un sefardí exiliado en los Países Bajos. Los rabinos lo expulsaron de su comunidad por defender que "no había Dios sino filosóficamente". Cuando no filosofaba, y para tener sustento (pues de la filosofía apenas se sobrevive) se dedicaba a pulir lentes para artefactos ópticos. Vivió de un modo humilde (varios años los pasó encerrado en una buhardilla en Amsterdam) y lejos de la fama de otros filósofos de su tiempo. Sobre la muerte aseguraba: "Un hombre sensato en nada piensa menos que en la muerte. Quiso describir a Dios, la Naturaleza y al ser humano, incluidos sus afectos, "more geométrico" (a la manera de los geómetras). Borges le dedicó el siguiente soneto:
Las traslúcidas manos del judío
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales.)
Las manos y el espacio de jacinto
que palidece en el confín del Ghetto
casi no existen para el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto.
No lo turba la fama, ese reflejo
de sueños en el sueño de otro espejo,
ni el temeroso amor de las doncellas.
Libre de la metáfora y del mito
labra un arduo cristal: el infinito
mapa de Aquel que es todas Sus estrellas.
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